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miércoles, 13 de enero de 2010

Por dónde van los tiros...


Hacia un pacto en educación, de Jaume Graells.
(en Público 17/11/2009)


Qué temas podría abordar un pacto de Estado por la educación, habida cuenta del actual reparto de competencias entre el Estado y las autonomías? Y, sobre todo, ¿puede ser realmente beneficioso para la educación de nuestro país; algo más que un gesto bienintencionado?

A mi entender, el pacto de Estado por la educación es imprescindible: me gustaría decir inevitable. Sin embargo, ni se me ocurre pensarlo en términos de una nueva reforma de los planes de estudio; otra más a sumar a la esterilidad de la serie de leyes que han hastiado al profesorado. Quien gobierna debe dejar de vivir en la ilusión de que toda reforma empieza y acaba promulgando una ley o un decreto: así es muy fácil –o eso parece– y por eso se han dado tantos decretos y tantas leyes en nuestro país. Pero es un error creer que la educación puede ser modificada desde los boletines oficiales. No deberíamos dejarnos seducir de nuevo por ese espejismo.

El verdadero reto consiste, pues, en facilitar que el cambio se dé en la práctica diaria de la docencia. Desde esta óptica, ¿qué temas deben ponerse sobre la mesa?

En primer lugar, debe reforzarse la titularidad pública de los centros que dependen directamente de la Administración y eso pasa por orientarse decididamente hacia la profesionalización de sus direcciones. Hoy más que nunca, ante la complejidad y diversidad de retos que deben abordar escuelas e institutos, debemos apostar por su autonomía organizativa y pedagógica; algo que no se puede conseguir sin equipos directivos profesionales, con autoridad e instrumentos suficientes para poder lleva a cabo su función de modo eficaz. Sin equipos directivos sólidos, que representen la titularidad pública del servicio –es decir, el interés de la comunidad educativa en su conjunto y no sólo de un sector–, se desdibujan en el horizonte los objetivos de calidad que todos compartimos.

Los directivos escolares deben jugar un papel importante en la evaluación de los docentes y este es un factor imprescindible para establecer sobre bases sólidas la carrera profesional del profesorado, que debería estar en función de su compromiso e implicación en el proyecto educativo de centro y en el trabajo en las aulas.

Pero quien evalúa con efectos laborales, quien asume funciones de jefatura de personal, no puede ser un colega más, elegido por el claustro de profesores. Debe ser seleccionado y renovado en su función con criterios de profesionalidad. Eso no quiere decir, claro es, menoscabar la necesaria participación de la comunidad educativa en el buen gobierno de las instituciones escolares. Pero no deben confundirse las cosas. La participación no debe llevar al desgobierno. Porque en el desgobierno –donde no existe una atribución clara de responsabilidades, donde el “todo lo hacemos entre todos” acaba siendo el “nadie hace nada”– la participación acaba perdiendo sentido. Urge un cambio legal que establezca nuevos mecanismos de acceso y renovación de las direcciones y que permita, de ese modo, revitalizar su función.

En segundo lugar, las políticas de profesorado son otra zona oscura: ninguna de las reformas educativas emprendidas ha abordado en serio esta cuestión y así cualquier proyecto de cambio acaba en papel mojado. Es evidente que debe empezarse por la formación inicial. Tengo esperanza en que la reciente reforma de los planes de estudio universitarios, con su sistema de grados y el máster de profesorado de Secundaria, permita mejoras en este particular. Sin embargo, hay más cosas que remover. A la vez, es imprescindible modificar la legislación estatal que regula los mecanismos de acceso a la función pública docente. Es preciso que sea posible seleccionar a los mejores profesionales, a aquellos que tengan un buen nivel académico y sean, a la vez, competentes en el manejo de los recursos educativos, en el trato con los alumnos y en la gestión del aula.

Todo lo dicho quedaría a medio camino sin concebir también desde un nuevo ángulo la forma en que actualmente se proveen los puestos de trabajo, es decir, sin modificar las reglas de juego por las que un docente obtiene plaza en un centro. Actualmente no rige en esto más criterio que el escrupuloso respeto de las prelaciones que ordenan al profesorado según un único patrón de medida, en el que lo decisivo es el rutinario paso del tiempo. Y así, con el constante ir y venir de profesores que se deriva de ello, resulta casi imposible la consolidación de proyectos de trabajo. Las direcciones no participan en absoluto en la selección del profesorado que llega a los centros. Y, lo que es peor, es frecuente el caso de profesores que, en contra de su voluntad y del criterio de la dirección, pierden su puesto por las reglas burocráticas de la provisión. ¿Es imaginable tal circunstancia en cualquier otro sector productivo sin que se planteara una reforma de inmediato? Los cambios que deberían transformar este estado de cosas sólo pueden darse con una reforma de los concursos de provisión, que son regulados por norma estatal.

No puedo ahora entrar en otra cuestión clave, como es la de los conciertos educativos y la necesidad de avanzar en un mayor equilibrio en los procesos de escolarización, que requeriría ser tratada en extenso. De todos modos, las razones apuntadas justifican sobradamente la posibilidad de un pacto de Estado por la educación respetuoso con las competencias de las comunidades autónomas. Ese pacto, si su contenido se orienta del modo que he expuesto, me parece estratégicamente imprescindible para dar un vuelco en la situación de nuestras escuelas e institutos.

Jaume Graells es director General de Educación Básica y Bachillerato del Departament d’Educació de la Generalitat de Catalunya.

2 comentarios:

  1. Hay que agradecer al Sr.Graells lo claro que se explica, sin rodeos, sin eufemismos,lejos de la retórica al uso. Ya es hora de que nos enteremos de una vez por dónde van los tiros.
    Según el Sr. Graells,que de esto debe saber por razón de su cargo, gran parte de los males que aquejan a la educación se solucionarían con un cambio en la gestión de los centros,de los públicos se entiende porque los privados-concertados ya vienen funcionando como él propugna. Los centros deben funcionar como las empresas privadas nos viene a decir entre líneas.
    Por ello es necesario acabar con lo poco que queda, si queda algo que no sea meramente formal,de la gestión democrática . Hay que ir hacia una dirección "profesionalizada" con un director-gerente con capacidad para hacer y deshacer en todos los aspectos claves de la organización esclar.Que ostente funciones de Jefe de Personal incluyendo la selección del profesorado para lo que habrá que modificar el sistema de provisión de los puestos de trabajo, léase concurso de traslados en su actual configuración. Con capacidad además de capataz-evaluador de la labor del profesorado con efectos laborales, base de la carrera profesional docente.
    ¿ Cabe alguna duda de que el modelo de gestión que propone es un modelo jerárquico-empresarial?
    Si las propuestas para el pacto educativo del Gobierno del PSOE ( y no hay que olvidar que el Sr. Graells ostenta un cargo de responsabilidad en el Gobierno tripartito de Cataluña presidido por el PSE ) van a ser de este tenor, desde la defensa de la enseñanza pública vamos a tener que implorar aquello de: " virgencita que me quede como estoy"

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  2. ¡Sí señor! Si los equipos directivos y maestros vamos a dejar de ser compañeros/as para ser "jefe" y "subordinados" que tienen que hacerle la rosca porque va a ser quién nos evalúe a la hora de facilitarnos, por ejemplo, la continuidad en el centro, la cosa tiene que funcionar de maravilla. Sobre todo cuando, como es lógico, todos/as queremos estar cerca de casa y, lo que ahora se consigue por una medida igual para todos, ahora va a depender de los "jefes" (y quien los ponga). ¡Mucho mejor! ¡Ale! ¡A preparar la lengua...para los jefes, el puño para el compañero y la mala uva deribada para los inocentes chiquillos. Aunque yo, personalmente prefiero preparar el puño junto con el del compañero y sacarle la lengua al puñetero estatuto de la Función Pública y por lo visto también a este "prometedor" pacto de educación. ¡Que la Escuela NO ES UNA EMPRESA, j...! ¡NO tiene que producir, tiene que FORMAR y en democracia! ¿O es que a ésta, como me temo, sólo la utilizan porque suena bien?

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